Hacia la primavera de 1537, Cromwell llevaba tiempo planeando una nueva alianza de Inglaterra con España. Era consciente de que los acontecimientos de los últimos años (el divorcio de Enrique VIII con Catalina de Aragón y la ruptura con la Iglesia de Roma) habían enturbiado las relaciones entre ambos países.
Inglaterra contaba entonces con un emisario en la corte imperial: el Dr. Pate, un sacerdote. Nadie en su sano juicio esperaba de él que crease una alianza con España al mismo tiempo que defendía el divorcio de Enrique, su nueva posición como cabeza de la iglesia de Inglaterra, y la ilegitimidad de la princesa María (prima de Carlos I). Era necesario designar un nuevo embajador.
Thomas Wyatt apenas tenía experiencia diplomática (en su juventud había asistido a Sir Thomas Cheney en Francia y a Sir John Russell en Italia). ¿Por qué entonces, habiendo candidatos con más experiencia, fue el hombre elegido por Cromwell para una misión tan delicada?
Principalmente por dos razones: la primera, que Wyatt le debía la vida (Cromwell había evitado que lo ejecutaran en mayo de 1536), por lo que su lealtad estaba garantizada; y la segunda, que era el mejor poeta de Inglaterra.
Fue enviado a España como «personalidad de gran reputación». Cromwell estaba convencido de que impresionaría a los españoles: dominaba varios idiomas y, como poeta, estaba acostumbrado a utilizar el lenguaje de forma ingeniosa.
Wyatt sabía que lo enviaban a una misión casi imposible:
Nunca solicité la embajada, pero la obediencia debida a mi señor me impidió rechazarla.
Le sobraban razones para no desear el puesto. Por primera vez, el embajador inglés tenía que actuar sin el apoyo de una estructura oficial: «sin más consejero que mi alocada cabeza«. Además, Wyatt se veía obligado a dejar sus asuntos personales en manos de otros (de forma un tanto negligente, según Cromwell). También estaban la añoranza por su país y la sensación de exilio forzoso. Pero lo peor, a juicio de Wyatt, era que debía costearse él mismo los gastos.
Siempre había tenido cierta predisposición hacia el despilfarro. La muerte de su padre lo había convertido en uno de los hombres más ricos de Inglaterra, pero solo en tierras: aún debía una importante cantidad de dinero a la Corona. El Tesorero Real intentó (en vano) cobrar la deuda antes de que partiese hacia España, y una vez más Cromwell intervino en favor de Wyatt.
Salió hacia España, vía París, la primera semana de abril de 1537. Los acontecimientos en Europa se habían precipitado en contra de Inglaterra: tras décadas de disputas territoriales, se rumoreaba que Francia y España estaban a punto de firmar un tratado, auspiciado por Roma.
El Papa Pablo III había encargado la misión de paz al cardenal Reginald Pole, antiguo protegido del rey, descendiente de la dinastía Plantagenet y serio aspirante al trono de Inglaterra. Era el peor escenario posible para Enrique, que con sus acciones se había convertido en blanco de las iras de la Europa católica. Debía evitar a toda costa que Francia y España se aliasen con Roma en contra de Inglaterra. Las vidas de Wyatt y Pole estaban a punto de cruzarse.
En París, Wyatt se reunió con los embajadores de Inglaterra en Francia: Stephen Gardiner, obispo de Winchester, y Sir Francis Bryan, otro eminente poeta. Bryan estaba decidido a asesinar a Pole, que también se encontraba en Francia. Pero el cardenal fue alertado del peligro y logró escapar.
Thomas Wyatt llegó a Valladolid el 21 de junio de 1537. Según fuentes de la época, se presentó ante el emperador
sin pompa ni alarde de sí mismo, sino con palabras sobrias y discretas, como un hombre sabio.
Había recibido instrucciones muy precisas de Cromwell:
- Comprobar la «profundidad del afecto del emperador» por Inglaterra.
- Investigar el alcance del compromiso entre España y Francia.
- Si el tratado entre ambos países fuese inevitable, postularse como intermediario y eliminar a Roma (o al cardenal Pole) de la ecuación.
- Evitar bajo cualquier concepto una alianza del eje España-Francia-Roma.
- Negociar los matrimonios con nobles españoles de las princesas María e Isabel.
- Evitar el matrimonio entre la sobrina del emperador, la duquesa de Milán, y uno de los príncipes franceses.
Para todo ello, Wyatt no contaba con más recursos que su ingenio y sus dotes de persuasión.
A los españoles no les interesaban las alianzas matrimoniales con Inglaterra. Hasta que en octubre de 1537, la muerte de Jane Seymour colocaba de nuevo a Enrique «en el mercado». La posibilidad de que el rey de Inglaterra se casase con la duquesa de Milán puso en alerta a los franceses. Wyatt se vio inmerso en una ardua negociación en la que el emperador jugaba a dos bandas, prometiendo el estratégico ducado de Milán tanto a Inglaterra como a Francia.
A Carlos I le gustaba hablar con Wyatt. Ningún otro embajador era convocado tan a menudo, y su relación empezó a despertar los recelos de los franceses. En el verano de 1538, una delegación francesa viajó a Inglaterra con la misión de desprestigiarlo, acusándolo de estar al servicio del emperador y no de Enrique. En aquella época, Wyatt escribió:
El rey debería enviar (como embajador) a aquel en quien confíe, o confiar en aquel que ha enviado.
Pero nada era más sencillo que despertar las sospechas del monarca inglés.
Enrique ordenó a Edmund Bonner, futuro obispo de Londres, viajar a España con la excusa de ayudar a Wyatt en su embajada. Su verdadera misión era espiarlo e informar de su comportamiento. Bonner pasaría a la historia con el sobrenombre de «el Sanguinario», y sería tristemente célebre por quemar católicos durante el reinado de Enrique y protestantes durante el de María.
Bonner resultó ser un espía aceptable, pero un terrible diplomático. Sus modales bruscos, su vanidad y su torpeza con los idiomas lo convirtieron en un personaje grotesco a ojos de los españoles. El propio Wyatt se avergonzaba de que lo vieran con él. Temeroso de que estropeara las negociaciones con el emperador (no dominaba el francés, idioma que hablaba Carlos I), le impidió entrar en la sala de audiencias. Ese gesto sería catastrófico para Wyatt.
En el verano de 1538 se celebró en Niza una conferencia de paz entre Francia y España. Pese a los esfuerzos diplomáticos de Inglaterra, Roma fue la mediadora. A Wyatt se le agotaban los recursos. Temiendo que se estuviese fraguando un ataque contra Enrique, organizó un encuentro con el cardenal Pole. Un nuevo error.
Cuatro días antes de la llegada del rey Francisco I a Niza, Wyatt fue enviado a Inglaterra con una propuesta de matrimonio para Enrique. El emperador le prometió que no cerraría ningún trato con los franceses si regresaba con una respuesta antes de 25 días. En teoría, la empresa era posible; pero el mal tiempo retrasó a Wyatt. Cuando volvió a Niza, era demasiado tarde. En Londres, Cromwell empezó a valorar una alianza con los luteranos, formalizada a través del matrimonio de Enrique con Ana de Cléveris.
En otoño de 1538, Enrique estaba furioso con sus embajadores en Francia y España. Sospechaba que Gardiner o Wyatt habían alertado al cardenal Pole del plan para asesinarlo:
¡Por Dios! No hablaré con Francia hasta que tenga allí a un nuevo embajador: el Dr. Bonner. Los otros me han fallado y se han dejado seducir por Wyatt, con quien no estoy contento.
En cuanto Bonner tomó posesión de su puesto como nuevo embajador en París, escribió una carta a Cromwell enumerando las «faltas» de Thomas Wyatt: era uña y carne con el emperador; hablaba a solas con Granvela, el consejero imperial; no le dejaba leer la correspondencia que mantenía con su ayudante, John Mason; alternaba con prostitutas, etc. Los historiadores hablan de esta carta como la «Acusación del obispo Bonner«.
Siendo Wyatt un reconocido evangélico, Bonner no se atrevió a acusarlo de «papista»; pero sí lo hizo indirectamente, al señalar a su ayudante. Esperaba que, de esa forma, Wyatt fuese imputado por asociación.
Respecto a esta acusación, Wyatt tenía otro problema: su amante oficial, Elizabeth Darrell, era católica. Antigua dama de compañía de la reina Catalina, se negaba a renunciar a su fe. Su supervivencia en la Corte podría haber sido la recompensa a Wyatt tras una hipotética declaración contra Ana Bolena en 1536. Cuando se fue a España, Wyatt dejó a Elizabeth al servicio del Marqués de Exeter.
Cromwell recibió la carta de Bonner a principios de septiembre de 1538. De haber querido, podría haber apresado a Wyatt. Pero se limitó a interrogar a Mason, que por aquel entonces estaba de paso en Inglaterra. Escribió una carta explicando a Wyatt que su ayudante se retrasaría debido a una repentina enfermedad. Sabía que entendería el verdadero motivo de la demora.
Wyatt se encontraba en Toledo, y se había hecho una buena idea de lo que se tramaba contra él. En noviembre de 1538, llegó a España la noticia de las detenciones de la madre y el hermano de Reginald Pole, junto con el Marqués de Exeter. El cerco en torno a Wyatt se cerraba. La acusación más grave hacía referencia a su reunión con Pole en Niza. Elizabeth, que fue interrogada al respecto, declaró que nunca llegaron a encontrarse debido a la mutua antipatía que se profesaban.
Al no recibir noticias de Elizabeth, Wyatt temía que la hubiesen detenido. Se cree que escribió a Cromwell, y que éste quemó la carta por su contenido potencialmente incriminatorio. Solo se conserva la respuesta, en la que Cromwell explica que Exeter había sido conducido a la Torre, junto con «algunos sirvientes sin importancia«. Es decir: Elizabeth estaba a salvo.
En el invierno de 1538, Wyatt estaba de los nervios. Cromwell le prohibía abandonar España en el peor momento para ser embajador inglés en el país. La tumba de Santo Tomás Becket (un mártir católico) había sido profanada. Los españoles estaban furiosos, y se rumoreaba una respuesta armada. Una vez más, el Papa envió al cardenal Pole para espolear los ánimos contra Enrique VIII.
En un entorno completamente hostil, Wyatt cambió de forma drástica su estrategia diplomática: de «amigo de los españoles» pasó a ser una voz crítica dentro de la corte imperial. Defendía públicamente a Enrique y atacaba con ferocidad a Pole y al Papa. Se aseguró de que todos tuviesen claro que era leal a Inglaterra.
La campaña de desprestigio de Pole tuvo el efecto deseado (el cardenal no fue bien recibido en España), pero Wyatt se ganó una advertencia de Carlos I: si no tenía cuidado con lo que decía, la Inquisición podría iniciar un proceso en su contra por herejía. Wyatt estaba desesperado: sus compatriotas ingleses querían cortarle la cabeza por papista, y los españoles querían quemarlo por hereje. Pese a todo, reafirmó su lealtad a Enrique planeando un nuevo intento de asesinato de Pole.
En abril de 1539, tras casi dos años en España, Wyatt no podía más. Envió una enigmática carta a Cromwell, en la que afirmaba estar en conocimiento de una información de gran importancia para el rey, que solo podía comunicarse en persona. En otras palabras: no iba a esconderse durante más tiempo; estaba dispuesto a hacer una declaración detallada sobre sus acciones como embajador en la corte imperial.
Wyatt abandonó España el 3 de junio de 1539, en cuanto su sucesor (Richard Tate) se instaló en Toledo. En Inglaterra le esperaban 18 de meses de calvario. Y una nueva visita a la Torre de Londres.
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